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viernes, 11 de noviembre de 2016

Escapar

El balcón, donde todo ocurre, donde Gabriel y Lucía desayunan, comen y cenan, donde hablan las cosas importantes, donde se dicen te quiero infinitas veces pero también te odio, donde se ríen, donde discuten, donde fuman, donde beben, donde miran hacia afuera y se imaginan como sería ser otras personas, donde miran a la gente pasar, donde se inventan historias con cada persona que pasa, donde están cuando no saben que hacer ni que decir. Donde todo ocurre, donde viven.

Siempre es allí dónde cuando uno acaba de trabajar el otro le espera con la comida o la cena preparada, toman unas copas de vino, y luego cada uno continúa con su vida, prácticamente solo tienen contacto en ese espacio, tan absurdo y pequeño pero dónde solamente pueden aguantarse el uno al otro, pues ninguno de los dos soporta más seguir la relación, y solo continúan por rutina, por pereza, por cansancio…

Y precisamente, allí, al aire libre, respirando la contaminación de la ciudad, dónde todo y a su vez nada ocurre, dónde él se declaró y ella dijo que si, con una emoción que no había sentido en su vida, justamente, en ese balcón, tan insignificante, fue donde una mañana de Enero Lucía se sentó a desayunar, como cada día a las 10 de la mañana, pero ese día fue diferente, supo que no había vuelta atrás, que las cosas habían cambiado, allí sentada con la luz del sol iluminándola y el ruido de los coches, fue donde escribió la nota que luego dejaría encima de esa mesa para Gabriel, dónde lo abandonó y nunca más miró atrás.

Ese maldito balcón, dónde nunca más nadie volvió a desayunar, a comer y a cenar, donde nadie volvió a hablar de cosas importantes, donde nadie volvió a decir te quiero ni a reír ni a discutir, nadie volvió a fumar ni a beber, nadie se imaginó ser otra persona, nadie volvió a mirar a la gente pasar ni se inventó historias. Dónde nada más ocurrió y dónde nadie más vivió. Pues exactamente igual que Lucía, Gabriel nunca más volvió y ella nunca llegó a leer la nota que él le había dejado en el balcón, pues el viento, traicionero como el solo, se la llevó, igual que se llevó la nota de Lucía, y todos los momentos vividos.


Y jamás volvieron a verse, en ningún otro balcón.

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